miércoles, 6 de mayo de 2015

APRENDER DE LA VIDA

         Cuando empecé a trabajar no sospechaba que podría acabar dando clases en alguna Facultad. Tenía muchos puntos en contra y pocos a mi favor; una discapacidad muy visible que impedía el movimiento, dificultades en el lenguaje que muchas personas pronosticaban como un obstáculo para comunicarme con los posibles alumnos, etc.… Solo había un factor que invalidaba esta profecía, siendo superior a cualquier valoración. Yo procedía de unos progenitores dedicados a la enseñanza, mi madre llevaba la marca de la tiza en la sangre —aparte de la yema de los dedos —. Esta circunstancia junto a mi gran empeño por conseguir lo imposible, más muchas horas de hablar sin parar, han hecho que me mantenga durante más de 10 años en la Formación de Cursos en distintos ámbitos.


         Ahora diría que lo que hago me gusta y, modestia aparte, no lo hago mal del todo. Los alumnos me entienden perfectamente, aunque siempre hay alguno que le cuesta más “entender determinados conceptos”, al margen del tipo de lenguaje que se emplee. Aún tengo alumnos que me reconocen por la calle, me saludan y recuerdan por lo que aprendieron conmigo, y no por las dificultades que tuvieron para escucharme o si en algún momento me pusieron el ordenador en marcha.