Cuando comencé a trabajar como
Psicóloga Clínica mis conocimientos básicos eran los que había aprendido en la
Facultad. Basados en la observación de conductas, cómo cambiar comportamientos,
mejorar las habilidades sociales… Mi intuición decía que la psicología que yo
tenía en mente no sólo era eso, sino algo más. Faltaban emociones, sentimientos
e historia de vida. Aspectos posiblemente no tan visibles ni cuantificables
pero consideraba que eran importantes en un proceso de cambio o mejora de la
persona.
Mis primeros pacientes los traté lo
mejor que sabía con aquellas primeras enseñanzas, aunque me dejé llevar por mi
intuición. Empecé a indagar otras orientaciones más dinámicas que aún no eran
demasiado bien vistas, pero que sin embargo, se asemejaba más a mi parecer;
preguntaba a los pacientes “qué sientes”, “qué te gustaría”, etc. Fueron años
de asimilar conceptos nuevos, una imagen del ser humano distinta, pero con una
gran amplitud de miras más holística, profunda, aunque a veces también más dolorosa
y larga en el tiempo.
No me arrepiento de lo que soy. Puede que haya aprendido un poco de Gestalt y lo emplee con mis pacientes. Pero también utilizo otras técnicas dinámicas que suele gustar a las personas, aunque se sorprendan de mis interpretaciones que al final resultan no estar tan lejos de su realidad. Es verdad que cuesta asimilarlo y que algunos fracasaron en el intento, pero la mayoría lo consiguen y son mejores personas.
No me arrepiento de lo que soy. Puede que haya aprendido un poco de Gestalt y lo emplee con mis pacientes. Pero también utilizo otras técnicas dinámicas que suele gustar a las personas, aunque se sorprendan de mis interpretaciones que al final resultan no estar tan lejos de su realidad. Es verdad que cuesta asimilarlo y que algunos fracasaron en el intento, pero la mayoría lo consiguen y son mejores personas.