Antes de terminar la carrera ya me
planteaba la cuestión acerca de cómo influiría mi discapacidad al relacionarme
con los pacientes. Mi experiencia cotidiana me decía claramente que no a todo
el mundo le gustaba mi presencia, o no siempre me entendían lo decía. Por lo
tanto, era de suponer que no sería un trabajo fácil.
En contra
partida también estaba el hecho de que mi presencia —sobre todo en determinados
ambientes hospitalarios y educativos— motivaba a muchas personas semejantes a
mí. Esto me hizo continuar en mi empeño y seguir para adelante a pesar de las
opiniones en contra.
No quiero
meterme a analizar términos tales como el significado de la transferencia o
contratransferencia con el paciente, aunque habría que tenerlo en cuenta.
En el
vínculo terapéutico se produce una transferencia, cuando el paciente
inconscientemente, transfiere y revive aspectos nuevos y antiguos sentimientos.
Así se ha podido trabajar aspectos tales como su dependencia, autoayuda, dónde estaban
situados sus límites, etc. Antes de empezar a trabajar con el paciente sobre
estas cuestiones, he tenido que hacer un esfuerzo analítico conmigo misma para
tener claros mis propios límites.
Tampoco he
sido fácil liberarme a veces de la contratransferencia. Es decir, de ciertos
sentimientos o pensamientos que determinadas personas me despertaban en nuestro
contacto terapéutico, no siempre positivos que tiene que ver con su persona o
con que me estaba contando. También he tenido que hacer un gran esfuerzo por
ser la más objetiva posible buscando alternativas que me ayudasen a resolver
determinados conflictos.